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Cuando se habla de innovación, la conversación suele girar en torno a tecnología, patentes y competitividad industrial. Sin embargo, hay una pieza que permanece en la sombra: la Cultura. No solo las Artes, también el Humanismo y las Ciencias Sociales, disciplinas que son esenciales para que la Ciencia cumpla su función más profunda: transformar la Sociedad. La innovación no puede medirse únicamente en indicadores científicos o en número de patentes, porque sin Cultura y sin pensamiento crítico, la tecnología corre el riesgo de avanzar desconectada de las personas.

Los datos demuestran que la Cultura no es un adorno, sino un motor económico y social. Las Industrias Culturales y Creativas (ICC) generan en Euskadi alrededor de 2.000 millones de euros, equivalentes a entre el 3% y el 5% del PIB, y emplean a más de 48.000 personas, con más de 16.000 empresas. Si lo comparamos con sectores emblemáticos, la fotografía es reveladora: la automoción factura 25.023 millones de euros, aporta entre el 8,7% y el 10,4% del PIB y emplea a 38.480 personas; la máquina-herramienta, estratégica para la fabricación avanzada, factura 2.157 millones, representa el 1,6% del PIB y da empleo a 4.133 personas. ¿Cómo seguir considerando la cultura como algo accesorio cuando su peso económico se acerca al de industrias clave y supera en empleo a sectores estratégicos?

Este argumento económico se refuerza con otro igual de importante: la Cultura es el pegamento que une ciencia y tecnología con la sociedad. El modelo STEAM nos recuerda que la “A” de las Artes no es decorativa, sino el puente que conecta conocimiento y creatividad. Sin humanismo, la tecnología puede avanzar sin preguntarse por su impacto ético, social o ambiental. Y en un momento en que la inteligencia artificial irrumpe en todos los ámbitos, desde la creación artística hasta la preservación del patrimonio, necesitamos más que nunca disciplinas que aporten sentido y contexto. La IA amplifica la creatividad humana, pero también plantea preguntas sobre autoría, diversidad y valores. ¿Quién responde a estas preguntas si excluimos a las ciencias sociales y las humanidades?

En este escenario, KSIgune inicia una etapa transformadora. Llevamos cinco años trabajando para conectar la educación superior y la investigación en Artes, Cultura y disciplinas creativas con empresas, profesionales y administraciones. Creemos que la mejor manera de contribuir al futuro es a través del ecosistema: la colaboración mueve el mundo. Si somos capaces de conectar ideas y combinar disciplinas diversas, surgirán soluciones innovadoras que mejorarán la vida de las personas. El valor de KSIgune reside en resultados tangibles —más de 50 proyectos colaborativos. En 2026, arrancarán nuevas iniciativas en áreas relativas a la formación, la investigación y su aplicación. Su objetivo es claro: demostrar que la innovación no se mide solo en patentes, sino también en impacto cultural y social. Porque sin cultura, no hay ciencia que transforme; y sin ciencia, parte esencial de la cultura, esta pierde la oportunidad de reinventarse.

Reivindicar la cultura, el humanismo y las ciencias sociales no es un gesto romántico: es una estrategia de futuro. Si queremos una innovación con identidad, sostenible y conectada con la sociedad, debemos integrar estas disciplinas en el corazón de la política científica. No como complemento, sino como condición. La creatividad no es un lujo. Es infraestructura para el progreso. Y Euskadi tiene la oportunidad de liderar esta visión.

 

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Tribuna de Ruth Mayoral, Responsable de Programas de Educación Superior en Euskampus Fundazioa
Revista Estrategia Empresarial, Especial Industrias Culturales y Creativas
15/12/2025

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